Esta es una imagen a la que estamos acostumbrados. No tiene nada de particular. Como cualquier otra foto en la prensa que retrata a los integrantes de alguna cumbre o a los miembros de alguna cúpula en reunión. A simple vista cualquier lectora o lector no encontrará nada anómalo en esta foto. Sin embargo es una imagen llena de peligro. Retrata a ministros en la jura ante miembros del clérigo para su entrada al nuevo gobierno. ¿Por qué sería peligrosa una imagen tan común y aparentemente prometedora? Por sobre todas las cosas porque nos hemos acostumbrado tanto a ella que no vemos más allá de su lectura superficial.
Cada año se trafican ochocientas mil mujeres en la industria del sexo. Mujeres forzadas o engañadas. Jóvenes y niñas como las hijas, o nietas, o sobrinas o hermanas de estos hombres en la foto. Sólo que vulnerables por la pobreza, la falta de opción o simplemente presas en una cultura donde la educación no es asequible para la mujer ni se supone que lo sea. La policía está involucrada para garantizar el éxito de estos grupos criminales. En muchos casos el gobierno también. Hombres como estos, jurando. No proteger el bienestar de una nación constituida por hombres y mujeres, sino sus propios intereses y la defensa del status quo. Hombres que como D.S. Kahn, Clinton y Berlusconi desde sus altos puestos de visibilidad mundial promueven una imagen que aunque subliminal continúa siendo definitoria de la mujer y el papel que con su silencio o su desparpajo le asignan dentro de la sociedad.
¿Cómo es posible promover la evolución de un mundo más iluminado, si esta es la imagen de él? Su cara es los rostros en esta foto. Ya no nos centremos en el hecho de que no hay en primer plano ningún rostro femenino. Aunque lo hubiera el predominio del significado simbólico de la imagen seria mucho más fuerte y poderoso. Su institucionalización en las retinas de los ojos que la ven a diario en la prensa, en la televisión, en las grandes pantallas de cine se asegura de que la demos por sentado.
En un mundo donde desde los anos 50 hasta el presente, con sesenta años de cambios radicales y magníficos avances en la ciencia, la tecnología, los derechos humanos, etc. la iconografía del poder continúa siendo la misma. Nos dice que el mundo no ha progresado de manera equilibrada. El monumental avance técnico, científico, tecnológico no se ha equiparado al progreso humano en términos de ética, ambición moral, renovación y análisis del progreso espiritual o humano-filosófico. Los estratos sociales y la pobreza demuestran que la moralidad de las instituciones y los organismos donde se cocina el orden o la justicia distribuida entre la población se ha quedado atrás esos sesenta anos. Cientos de anos en realidad, desde cuando comenzaron a establecerse parámetros desiguales y jerárquicos.
Volvamos a mirar esta imagen detenida no solo en el diafragma de la camera y estampada sobre la página, sino también en la psique colectiva de la población mundial. No es una imagen que debamos dar por sentado. Es una imagen que debemos cuestionar y modificar desde nuestro lugar en la familia, la escuela, la oficina, la universidad, el arte y la naturaleza. Tanto mujeres como hombres debemos transformar una imagen que nos devuelve una visión arcaica del mundo, estancada en valores de desigualdad, poder, control. Debemos desde nuestros lugares individuales reemplazarla por una imagen de solidaridad, progreso humano, generosidad, colaboración, igualdad, admiración por el mundo y la naturaleza, unidad. Una imagen más colorida y más sonriente, donde el equilibro del cosmos se espeje en el mundo para un futuro menos gris y menos inmóvil.