El hombre con su constante necesidad de categorizarlo todo y darle un valor a cada categoría…
En las artes, los géneros siempre han tenido jerarquías inamovibles dentro de la crítica… con o sin razón. Entre otros, géneros superiores como la novela versus el cuento, la pintura versus el dibujo o el grabado, la opera versus el musical. Y aquí me detengo para confesar que por largo tiempo también quedé atrapada dentro de esta última categoría minimizando el género musical. Con la única excepción de West Side Story, que destaca por el nivel de la integración entre la música de L. Bernstein, las letras de Stephen Sondheim y la coreografía de Jerome Robbins, por lo que el New York Times escribió “West Side Story es una gran ocasión para celebrar una de las grandes operas de nuestro siglo”.
Aun viviendo en la ciudad de los musicales no es difícil resistir si se es totalmente indiferente al género. Si se piensa que mucha gente organiza viajes costosos sólo para asistir musicales del West End londrino, se podría decir que es una especie de desperdicio. Hasta que mi amigo Roberto Cordovani retribuyó mi reciente visita a Galicia y me arrastró a pesar de mi más grande desinterés y renuencia a tragar una dosis concentrada de cuatro días de musicales.
Decir que se lo agradezco puede parecer un despropósito. Admito haber disfrutado cada momento. Desde el sentimiento de ser turista en la ciudad que habito hace veinte años, hasta el placer de descubrir teatros con historia que data del siglo XIX. Y las tres horas diarias de espectáculo en que la magia de la música junto a las voces afiladas y envolventes, danzantes al compás de las luces, las sorpresas y los colores cumplen su propósito. El propósito de un viaje lejos de la violenta realidad diaria. Y por qué no darle su lugar a Mary Poppins con todo y su música, con todo y su ternura innegable. O Evita con su nueva producción que se acerca más a la cultura de donde nace, con una Evita argentina y una música con sonidos de bandoneón y coreografías que saben a tango. O la más sencilla, pero no menos fascinante producción de Blood Brothers, donde los niños se vuelven adultos y los adultos niños.
El talento y la dedicación de actores, bailarines, cantantes, escenógrafos, iluminadores, orquestas en vivo, no en vano reciben los aplausos de pie al final de tres horas, que se vuelven contados minutos de extático y simple placer. ¡Bravo al género musical!