Marguerite Duras

 

 

marguerite-duras   04/04/1914 – 03/11/1996

 

 

Novelista francesa, representante del nouveau roman (nueva novela). También dramaturga, guionista y directora de cine, conocida internacionalmente por su guión Hirshima mon amour, dirigido por Alain Resnais.

 

Marguerite Donnadieu nació en la Indochina francesa hoy día Vietnam del Sur. La primera niña entre cinco hermanos de madres diferentes. Su padre, profesor de matemática, fue repatriado a Francia por una enfermedad infecciosa cuando Marguerite tenía cuatro años y nunca más regresó. Su madre apenas podía mantener a sus tres hijos con su trabajo de maestra mientras su padre intentaba. Luego de comprar una casa en una pequeña aldea de Francia llamada Duras, su padre murió, dejando a su familia en la pobreza. La madre luchó para no vender sus posesiones ni su tierra de la que apenas podía extraer sus frutos, mientras Marguerite se convertía en una joven diferente de las demás y atractiva a los hombres. De adolescente tuvo un amorío con un hombre chino rico del que hablaría en sus libros, obsesionada por tener una familia rica. Luego confesaría que tener dinero no cambió en nada su vida por no haber podido deshacerse de “su mentalidad de pobre”. A los diecisiete años se mudó a Francia, donde estudió abogacía y ciencias políticas en la Sorbona y se graduó en 1935. Fue entonces que tomó el nombre de Duras de la aldea de la casa que había comprado su padre.

 

 

De 1935 a 1941, Duras trabajó como secretaria en el Ministerio de las colonias. En 1943, su querido hermano Paul, que vivía con su madre, murió de bronconeumonía en Saigón por falta de medicamentos. Su profundo dolor quedó plasmado en La vida tranquila (1944). Durante la segunda Guerra Mundial, fue miembro de la Resistencia francesa y se afilió al Partido Comunista. Luego de la guerra repudió sus políticas y fue expulsada en 1950. Aunque Duras ayudó a algunos escritores hostiles a los nazis durante la guerra, se la acusó de ser miembro del comité literario controlado por los alemanes.

 

 

Cuando Marguerite recibió el reconocimiento que esperaba, apenas había podido disfrutarlo cuando la Gestapo arrestó a su marido, Robert Antelme, miembro del grupo Richelieu de la Resistencia, dirigido por François Mitterand. Antelme sobrevivió a los campos de concentración de Buchenwald, Gandersheim, y Dachau. Duras, que había decidido dejar a su marido, lo cuidó y esperó que se recuperara para casarse con el hombre que sería el padre de su hijo. Este período fue la base para la colección de cuentos El dolor (1985). El primer libro de Duras, La impudicia, se publicó en 1942. En sus primeros libros, Duras ofrece a sus personajes una manera de escapar de una vida sin rumbo.

 

 

Duras decidió no volver a escribir y no volvió a publicar hasta 1950. Trabajó como periodista para la revista Observateur. En los años 50, libros como Un dique contra el Pacífico (1950), sobre la vida de una familia pobre francesa en Indochina, la novela sicológica romántica El marinero de Gibraltar (1952), y El Square: Días enteros en las ramas (1955), la situaron dentro del grupo del nouveau roman. A diferencia de los otros escritores de vanguardia, Duras no estaba interesada en las teorías literarias abstractas, sino en el poder de la palabra, la memoria, el olvido y el sentimiento de alienación. Su diálogo elíptico no suele describir la acción sino que se focaliza en la vida interna de los personajes. El tema del amor entre personas de razas diferentes también forma parte del trabajo de Duras, como en Hiroshima, Mon Amour. La película fue famosa por el uso innovador del flashback y el montaje paralelo. La película fue nominada para un Oscar en la categoría de Mejor Guión.

 

 

En 1958, Duras publicó la novela Moderato cantabile, que resumía temas de deseo sexual, amor, muerte y la memoria. A partir de 1968 el estilo narrativo de Duras se volvió cada vez más abstracto. Su estilo insinuante y su uso del lenguaje fue un tema de discusión recurrente entre los grupos feministas como la encarnación de la literatura femenina. A diferencia de varios de los representantes del noveau roman, Duras no publicó un manifiesto de sus ideas, aunque su último libro Escribir (1995) da una breve reseña de su vida y su obra literaria.

 

 

A partir de los años 70 Duras se dedicó a hacer cine y publicar guiones. Con Gérard Depardieu hizo la película Camion (1977). En los años 80 obtuvo el elogio de la crítica por su novela autobiográfica El amante (1984) sobre su juventud en Indochina. El libro ganó el premio más prestigioso en Francia, el Premio Goncourt, y en poco tiempo vendió 1.5 millón de ejemplares. En 1992 se realizó una adaptación para el cine.

 

 

La vida creativa de Duras se vio empañada por la bebida, según se revela en los libros M.D. (1983) y Cet Amour-lá (1999) de Yann Andréa Steiner. Andréa, 38 años más joven que Marguerite, obsesionado por su obra la conoció en 1980, trabajó como su secretario y también actuó en sus películas. Su relación fue caótica, pero Andréa permaneció al lado de Marguerite, a pesar del alcoholismo que le producía alucinaciones, hasta su muerte en París.

 

 

La lectura de los libros de Duras implica la lectura de su propia vida. En ellos Duras extrajo su dolor para ofrecerlo al lector. Al mismo tiempo la evolución individual de los personajes refleja la vida de miles de personas en momentos cruciales en la historia del siglo XX

 

Yo no tengo idea, sólo tengo palabras y silencios. M.D.

 

El alcohol es estéril. Las palabras que se dicen en una noche de borrachera se desvanecen como la oscuridad al comienzo del día. M.D.

Miriam Makeba

Me uno a los tributos a su vida…

 

   miriam-makeba  04/03/1932 – 10/11/2008

 

Preeminente cantante y activista sudafricana cuya voz contra el apartheid le costó 31 años de exilio. En sus 50 años de carrera, como cronista de la experiencia sudafricana, se estableció como la “Madre África” y la “Emperatriz de la canción africana” trayendo los sonidos rítmicos y espirituales de África a Occidente y convirtiéndose en un símbolo de la lucha por la igualdad racial.

Zenzile Miriam Makeba nació en un distrito segregado de Johanesburgo. Su madre era curandera espiritual y también hacía trabajos como empleada doméstica. Su padre era empleado de Shell. Con la muerte temprana de su padre, Miriam tuvo que ponerse a trabajar desde temprana edad como empleada doméstica. Buscando una manera de sobrevivir, la producción y venta de cerveza casera le significaron su arresto, cuando Miriam tenía apenas dos semanas de vida. Miriam sirvió junto a su madre los seis meses de prisión. De niña, cantaba en la escuela Metodista de Pretoria, donde fue elegida para cantar con otros niños Qué vida triste tiene el hombre negro para la visita del rey Jorge VI. Fue su primera decepción cuando, luego de esperarlo bajo la lluvia, el coche del rey pasó de largo sin detenerse a escucharlos.

Como adolescente realizaba tareas doméstica agotadoras para las familias blancas, además de soportar abuso físico de su primer marido. Encontró apoyo y un sentido de comunidad en la música y la religión, cantando primero en un coro y luego con grupos locales con los que tenía éxito en los circuitos locales. Para Miriam la música ya era una especie de magia que conseguía elevarla de la pobreza a su alrededor.

 

Cuando el apartheid fue establecido en Sudáfrica en 1948, Miriam ya tenía edad para entender las consecuencias. Su carrera profesional comenzó en 1950 con los Manhattan Brothers, antes de formar su propio grupo, The Skylarks, que interpretaban una mezcla de jazz y melodías tradicionales sudafricanas. Miriam tuvo a su única hija, Bongi, a los 17 años. Al poco tiempo se le diagnosticó cáncer de mama y su madre la trató con métodos de medicina no convencional con éxito. Su marido la dejó poco después.

 

En 1959, actuó en el musical King Kong junto a Hugh Masekela, su futuro marido. Aunque ya grababa con éxito, Miriam recibía apenas unos pocos dólares por cada sesión de grabación. Su oportunidad se produjo cuando fue protagonista de un documental en contra del apartheid llamado Come Back, Africa en 1959. Asistió a su estreno en el Festival de Venecia y luego viajó a Londres, donde conoció a Harry Belafonte, quien la ayudó a entrar en los EE UU.  Belafonte le consiguió conciertos en los clubs nocturnos de Nueva York, con lo que se hizo conocer y respetar por su talento. Allí lanzó muchos de sus éxitos más famosos, incluyendo Pata Pata, The Click Song y Malaika.

En 1966, Miriam recibió un Grammy por Mejor grabación folk junto con Harry Belafonte por el álbum An Evening With Belafonte/Makeba. El álbum trataba sobre la lucha política de los sudafricanos negros bajo el apartheid.

El llamado de Makeba para terminar con el apartheid se hizo cada vez más fuerte, con lo que sus discos fueron prohibidos en Sudáfrica. Su exilio de más de tres décadas comenzó en 1960, cuando su madre falleció y para ir a su entierro Makeba fue a renovar su pasaporte sudafricano y recibió un sello de “anulado”. Luego de testificar en 1963 contra el apartheid ante las Naciones Unidas, se le revocó su ciudadanía sudafricana y su entrada al país. Miriam Makeba tuvo nueve pasaportes y diez países le otorgaron la ciudadanía honoraria.

Tampoco tuvo mucha paz en su vida personal, ya que entre 1959 y 1966 tuvo dos matrimonios fallidos, además de recibir la noticia de que tenía cáncer de útero y tener que someterse a una operación invasiva.

En 1968 su casamiento con el activista de derechos civiles y líder de los Black Panthers, Stokely Carmichael causó gran polémica en EE UU y los contratos de grabación y giras de Makeba fueron cancelados. La pareja se mudó a Guinea donde trabaron amistad con el presidente Ahmed Sékou Touré y su esposa. Makeba se separó de Carmichael en 1973 y continuó sus actuaciones en África, Sudamérica y Europa. Makeba fue delegada de Guinea ante las Naciones Unidas por lo que le dieron el Premio de la Paz Dag Hammarskjöld en 1986.

Luego de la muerte de Bongi en 1985, se mudó a Bruselas y publicó su autobiografía Makeba: mi historia. Nelson Mandela la convenció de que regresara a Sudáfrica en 1990.  Makeba apareció en incontables programas de TV, y filmó varias películas documentales y largometrajes relacionados con el apartheid y la lucha de igualdad.

En enero de 2000, su album Homeland fue nominado para un Grammy en la categoría de mejor música del mundo. En 2001 la Asociación de las Naciones Unidas de Alemania le otorgó el Premio por la Paz Otto Hahn por sus destacados servicios por la paz y el entendimiento internacional.  En 2004, Makeba fue votada 38 entre los 100 más grandes sudafricanos. A pesar de su artritis, en 2005, realizó una gira de conciertos de despedida por todos los países que había visitado durante su carrera.

 

Sin embargo, Makeba siguió cantando. “Cantaré hasta el ultimo día de mi vida”, dijo Makeba y así lo hizo. Miriam Makeba falleció luego de dar un concierto en Italia en apoyo de Roberto Saviano, amenazado de muerte por su resistencia contra el grupo mafioso la Camorra. Makeba sufrió un ataque cardíaco luego de cantar Pata Pata y fue internada de urgencia. Los médicos no pudieron revivirla. En su mensaje de condolencia, Nelson Mandela dijo: “No es en vano que sus últimos momentos hayan sido sobre el escenario, enriqueciendo los corazones y las vidas de otros, y apoyando una causa justa.”

Remembrance Sunday… ¿Una celebración?

Multitudes para enlistarse (1914)
Multitudes para enlistarse (1914)

Hoy domingo de noviembre se conmemora en Gran Bretaña a los caídos durante las dos guerras mundiales.

Suenan las bandas marciales, los desfiles muestran los uniformes impecables, almidonados y las gorras y cascos brillantes de regimientos, como salidos de una colección de soldaditos de plomo. Se cantan himnos religiosos, se presentan flores y coronas para honrar a los caídos. La reina de Inglaterra está presente. El festival por los caídos ha comenzado. Este año se conmemoran 90 años. “Recordar a los muertos y agradecer a quienes se sacrifican en servicio de su país”, dicen.

Comienza la ceremonia con una fanfarria de trompetas, se canta Dios salve a la reina, y luego se conmemora a los muertos en Afganistán e Irak, con frases que hablan de coraje extremo, valor supremo. Entran con estandartes en marcha militar mientras el público de pie sigue el ritmo marcial, batiendo palmas y más bien me parece un festival circense. Sobretodo cuando al entrar los soldados de Irak y Afganistán recientemente condecorados, comienzan a tocar los violines para que desfilen las mujeres que han quedado, sin hijos, sin maridos, sin hermanos. Bajan las escaleras como zombis, resignadas a la inevitabilidad de la realidad militar, asumiéndola con una normalidad aplastante.

 

Parecen más bien una broma de mal gusto en compañía de los números que van desde corales hasta canciones de jazz y semi opereta.

El clérigo ora con la llegada de los regimientos: “Que sirvan con coraje y se enfrenten a lo que se les presente con disciplina y lealtad para servir a la justicia, la libertad y la paz…” “Sin pedir nada a cambio, sino servir tu voluntad, señor, a través de Jesucristo”.

Sigue la broma y me remonta a la edad media. Me pasma la normalidad con que se perpetúan los mismos conceptos militaristas de honor, sacrificio, patria, que enviaron a la muerte a millones en el siglo que acabamos de pasar, aunque sea sólo cronológicamente…

 

Harry Patch
Harry Patch

Por otro lado, otra realidad se muestra con el programa The Last Tommy (El último Tommy) cuyo título deriva de la designación genérica que los soldados recibieron durante la I Guerra Mundial y que no deja de ser inverosímilmente irónico: la masificación del soldado raso británico, que murió por millones durante las dos guerras mundiales. Los autómatas de la maquinaria bélica que sigue en movimiento cada vez más poderosa.

 

A los 107 años, Harry Patch, sale al corredor del hogar de ancianos con su andador, otra vez con música de violines y las medallas colgando de la chaqueta como colgajos de su propia piel. Uno de los Tommies sobrevivientes este año con 110 años cumplidos. El circo debe continuar, aunque Harry nos recuerda la futilidad y el horror de la guerra. El vocabulario de la época, resucitado en el documental: superpoder, imperio británico, supremacía. se sigue usando hoy y junto a las celebraciones se reafirma en el inconciente colectivo. Presentar los respetos a los muertos es la honorable disculpa para promover una cultura bélica como parte de la normalidad de la vida, algo que celebrar o enaltecer. Y nunca olvidar que al final del viaje bélico hay una película o una historia emotiva que contar y, más que nada, una fanfarria.

La idealización de la guerra como un evento romántico mientras la iglesia no sólo está presente, como d´habitude, sino que celebra junto con los ejércitos…

 

Harry Patch nos recuerda: “Era el enemigo…pero para ellos también éramos el enemigo, ¿verdad? No creo en la guerra, sino en resolver los conflictos sobre la mesa de negociación.”

20 millones murieron en la Gran Guerra en apenas cuatro años. Muchos de los que regresaron heridos recibieron medallas por su coraje. ¿No es parte del trabajo caer en combate? ¿No merecen una condecoración los millones que murieron y allí quedaron tirados en las trincheras?

 

Harry recuerda: “Había unos perros peleándose por una galleta. Luchando por su supervivencia. Y pensé: No somos perros. Somos dos países “civilizados”, avanzados, Alemania  e Inglaterra combatiendo, matándose unos a otros. Y los soldados luchamos por nuestra supervivencia en el barro…¿Para qué? ¿Por unos centavos?”.

 

Algunos Tommies se alistaban por la aventura, a veces por unas vacaciones que sólo el ejército podía ofrecerles. Muchos no cumplían con las condiciones de reclutamiento por su estatura y su estado de desnutrición. Sus razones eran escapar a la pobreza y así mismo eran aceptados. El honor y las medallas parecen fundirse en una masa de metal informe.

 

Harry Patch perdió a sus tres amigos con los que compartió las trincheras, el frío, el cansancio, los piojos, el miedo, la metralla, el gas y la muerte.

“Ése es mi Remembrance Day”, dice.  “El día en que perdí en Passiondale a mis tres amigos”. 12.000 lápidas de Tommies muertos en Passiondale. 8.000 desconocidos bajo blancas lápidas en blanco. 35.000 nombres inscriptos de cuerpos de soldados que nunca se encontraron. 325.000 muertos en Passendale, una batalla que no tuvo consecuencias de “victoria”.

 

Nos queda el legado de Harry Patch: “He intentado olvidar, pero desentierran el recuerdo de la guerra todo el tiempo”.

 

Harry se rinde a la memoria que le imponen y se deja llevar para encontrarse por primera vez con un soldado enemigo. Charles Kuentz revela que fue reclutado al ejército alemán en Alsacia y no tuvo opción. “Desafortunadamente, tuve que luchar contra los ingleses”.

«Sácanos una foto», dice Harry al camarógrafo. Harry y Charles se dan la mano mirándose a los ojos, y asusta pensar que estos hombres de más de un siglo nunca hubieran querido hacer otra cosa…

 

Alejandra Guibert 

 

 

            gran-guerra-lapidas

 

 

 

 

 

 

 

Por las páginas de El País…

 

 

 

       el-pais1    balcongoya

 

Por las páginas de cultura de El País, y las de Babelia, desfilan escritores y sus libros con sus pensamientos y sus dictámenes, y la historia que han construido y construyen a partir de sí mismos y la valoración de sus obras. La sensación clara de un mundo de conceptos instituidos en piedra, inamovibles. Entre ellos se pone de manifiesto lo imposible de resaltar, lo invisible.

 

La ausencia de la presencia femenina como creadora, como formadora y comunicadora de una realidad, de un modelo o paradigma desde donde afirmarse para conocer, formular ideas, recomendar lecturas, transmitir y legar un mundo literario a través de su propia forja de una visión. Así como lo hace el hombre y su presencia resulta fácil y natural.

 

Cuando en las páginas de la cultura se pone de manifiesto la presencia femenina es cuando es hecha presencia. Cuando su aparición es el tema del fascículo, es el artículo del número especial. La presencia de la mujer en la literatura como si fuera un tema en sí que tratar o un fantasma que examinar.

Resalta también la restricción de un lugar tomado. Un lugar en el cual a la mujer se le da un rincón de donde asomarse y se finge que es el lugar de todos. Sólo que para ella, la mujer, la protagonista, lo es apenas por ese fascículo. No vaya a ser que se crea que luego estará lado a lado, con sus temas diferentes, que la alienan de los temas de ellos, los que tienen el sello de la casa. El sello que todos han aprobado sea para bien o para mal. Es el único. El de ellos. Un sello de una matriz que ha sido destruida. Para ellas sólo habrá un espacio especial en el fascículo particular o la noticia del evento desacostumbrado. Apenas para aquietarlas y permitirles apoderarse de un sentimiento de orgullo y satisfacción. Luego, a lo suyo. Lo de ellos es lo que va por la calle principal. La calle en la que desde el balcón ella sigue asistiendo el desfile de lo que se convirtió en la avenida de palabras, conceptos, percepciones, modelos e idiosincrasias de la oficialidad literaria. La oficialidad masculina de la cultura.

 

Como dice Carlos Fuentes, uno de los “dioses sagrados” aprobados por el sello de esta oficialidad en la entrevista del 4 de octubre de 2008 en Babelia:

“Todo está temáticamente dicho, pero el tratamiento es cada vez distinto”. ¿Dicho por quién? “Hay doce temas más o menos, en la novela: padres e hijos, hombres y mujeres, sexo, hijo pródigo, el viaje, la aventura, Ulises…” Los temas aparentemente universales vuelven a poner de manifiesto que no existen otros temas. Mucho menos aquellos que incumben a ellas, las escritoras que desde el balcón continúan diciendo a viva voz sin ser oídas por el ruido estridente que sube de la avenida. Esa misma universalidad del mundo patriarcal en que a la mujer se le da un lugar prestado. El mundo por el que con autoridad ellos caminan en la avenida. Mientras se espera que la sociedad en su totalidad camine junto o detrás en procesión, y la mujer se conforme con mirar desde el balcón. La autoridad militar, académica, científica, familiar, religiosa. El mundo patriarcal que sigue dictaminando los gobiernos, la economía, la guerra, los movimientos en el arte y la vida en general. En sus orillas, la mujer con su forma distinta de la corriente dominante, la que le da el derecho de mantenerla al margen de los valores decididos y estampados con el sello de aprobación.

Dice Fuentes: “Escribir sintiéndote el Dios de la primera creación es el gran privilegio de la literatura”. Otro concepto que nos separa, nos distingue por suerte y por desgracia. Para llevarlos a ellos en sueños de cumbres de grandeza, la deidad monoteísta de la masculinidad. A combatirlo todo, desecharlo todo, devorarlo todo, imponerlo todo, a sus anchas. Y continúa: “Es la fuerza del escritor. Sobrevive a los políticos por eso. El tiempo sigue adelante, derrota a los escritores, pero los escritores triunfan porque intentaron lo imposible”. La contienda permanente. Ser el mejor para arrasar, no dejar lugar, a codazos. Alcanzar un lugar, vencer, entre ellos.

 

Dejando de lado el silencio y la protección del espacio adquirido y reservado para un mundo patriarcal del intelecto, las palabras de Fuentes me saben a una antigüedad fuera de circulación. A pesar de la renuencia de dejar caer a los dioses sagrados, aunque hayan quedado fuera de su tiempo. No por una cuestión de edad material sino del momento de una era que por fortuna cambió, y a la que ciertas mentes no se adaptaron. Al igual que los políticos con los que se compara Fuentes. Estos conceptos de Fuentes suenan tan fuera de su tiempo, que la entrevista parece de una edición de El País de los años 80. Tal vez deba cuestionar también al entrevistador, el aparentemente sobrecogido discípulo que sigue promoviendo modelos cómodamente asentados en su subconsciente. Por un lado, estas páginas de El País no dejan de ser una decepción. Por otro, una cierta esperanza como una pequeña luz casi imperceptible me llega a la conciencia de que algo hemos avanzado, cuando los criterios de esta entrevista me saben a rancio.

 

Alejandra Guibert