Mañana, a 40 años de su muerte, el rostro de Violeta Parra es indispensable y oportuno…
04/10/1917 – 05/02/1967
La esencia de sus creaciones es la expresión de un universo íntimo, rico en vivencias de profundo contenido humano donde la sensibilidad por los problemas sociales que marcan su entorno es un espejo que refleja su propia existencia. Como recopiladora tuvo la importante misión de recuperar para el patrimonio de la música popular una gama de expresiones casi olvidadas. Su trabajo creativo destacó en forma especial en la creación de décimas, donde se estableció como una de las más agudas improvisadoras para denunciar en verso los desvaríos sociales de su época.
Violeta Parra nace el 4 de octubre de 1917 en la ciudad chilena de San Carlos, hija de un profesor primario y de música, Nicanor Parra y de una autentica campesina, clarisa Sandoval Navarrete. Desde los doce años comienza a escribir sus primeros versos que reflejan una infancia difícil junto a sus nueve hermanos, quienes destacarían también de diversa forma en variadas disciplinas del arte. Temprano debe abandonar sus estudios para trabajar en el campo y ayudar a sus padres. Su afición por la música le viene por ambas vertientes, pero sus primeros contactos con la guitarra vienen de su madre que le cantaba hermosas melodías campesinas mientras ejercía su oficio de costurera. Su hermano Nicanor, que estudiaba y trabajaba en Santiago y que asumió la responsabilidad de guiar y alimentar a su familia numerosa, llama un día a Violeta a la capital para encauzar su educación formal. La asistencia escolar de Violeta fue irregular, tanto por razones económicas como por el poco interés de la niña, que rechazaba todo aquello que estuviese relacionado con lo institucional, jerárquico y autoritario. A los 17 años, obviando los consejos de su hermano, se dedica al canto en la farándula nocturna de los arrabales santiaguinos para ganarse la vida, donde enriquece su conciencia humana. En 1937 conoce a Luís Cereceda, empleado ferroviario, con quien contrae matrimonio y de donde nacen sus dos primeros hijos, Isabel y Ángel. Una unión inestable hasta 1948, cuando se separa definitivamente y continúa su tarea de recoleccionar canciones antiguas de Chile. Al año siguiente vuelve a casarse con el tapicero Luís Arce. Nacen sus hijas Carmen Luisa y Rosita Clara que muere al poco tiempo.
Continúa derramando su creatividad en circos, bares, y quintas de recreo, aumentando su bagaje de vivencias sociales de un mundo que encuentra deleite en su canto y su mensaje social. Los temas populares y los problemas sociales son una constante en las canciones de Violeta Parra. Y aunque su participación política no consistió en una militancia partidista destacada, se la ha caracterizado como “la voz de los marginados». A raíz de un recital realizado en 1953 en casa de Pablo Neruda, se pone de relieve su talento y se reconoce su arte a través de la Radio Chilena. Comienza entonces a salir de los oscuros salones para iniciar una serie de giras y presentaciones en todo el país. Su experimentación con las melodías y armonías, su forma de tocar los instrumentos, la impostación de la voz, además de sus versos, sitúan a Violeta Parra entre los mejores músicos chilenos, y su labor como compositora se estudia en ambientes académicos.
En 1954, obtiene el premio Caupolican, concedido a la folklorista del año, que la lleva luego al festival de la juventud en Polonia. Peregrina por varios países con agudas dificultades e incomprensiones, para fijar luego residencia en Francia que se resiste a su guitarra y al canto de luces y sombras de Latinoamérica. Después de largos esfuerzos consigue vencer la apatía francesa que la escucha, la aprueba y la aplaude, grabando allí sus primeros discos. Regresa a Santiago en 1958 inspirada y renovada y tratando de reponerse a la noticia de la muerte de su hija menor, comienza a pintar y crear tapices. Ofrece recitales en todo el país y graba nuevos discos. Conoce al músico Suizo Gilbert Favre, estudioso del folklore Sudamericano, de quien se enamora. Funda el Museo Nacional del Arte Folklórico Chileno. Los primeros programas folklóricos realizados en Chile para la televisión están a cargo de Violeta y sus hijos mayores Isabel y Ángel.
Los años 60 son críticos y decisivos. En Europa irrumpen múltiples convulsiones estudiantiles y sociales, a las que no escapa Latinoamérica. Su canto se rodea de compromiso contra la injusticia social y las duras vivencias de las que fue testigo a lo largo de su existencia.
Violeta se adelanta a su época y con su guitarra denuncia y condena. Su forma de canto es una cantera desde donde empieza a quedar atrás la temática paisajista. La gente joven comienza a identificarse y a atreverse a contar y cantar sus vivencias y anhelos, Surgen las voces de Patricio Manns y Víctor Jara. Violeta Parra es la precursora que impulsa a muchos artistas a crear conciencia.
En 1961, vuelve a viajar por toda Europa, graba nuevos discos y realiza exposiciones y recitales para la UNESCO. A su calidad de músico y poeta une la pintura, los tejidos, tapicería y cerámica de virtuosa originalidad, exponiendo con esperanzado sentimiento su genio y talento en Argentina, Rusia, Finlandia, Alemania, Italia y Francia.
En 1964, el Pabellón Marsan del Museo de Artes Decorativas del Museo del Louvre, se abre por primera vez para una artista latinoamericana con sus esculturas de alambre, pinturas, tejidos y arpilleras en las que demuestra que de la tradición es posible extraer un material de trabajo para el arte.
En 1965, regresa a Chile e instala una carpa con capacidad para mil personas, como centro de cultura folklórica junto a Isabel y Ángel, a quienes se unen Patricio Manns, Rolando Alarcón y Víctor Jara, con la esperanza de acercar su mensaje al pueblo chileno. Allí canta y recibe a sus amigos, hasta que a los cincuenta años, se suicida de un disparo en la carpa por causas poco esclarecidas.