Retomando mi artículo anterior del día 5…
El Reino Unido reconoce la emisión de 552 millones de toneladas de dióxido de carbono por año, la séptima cifra más alta en el mundo y mayor que la de 112 de los países más pequeños todos juntos.
Eso no era todo… El Reino Unido no ha declarado 200 millones de toneladas de gases extras.
Tony Blair asegura que Gran Bretaña sólo produce un 2 por ciento del total de emisiones de carbono en el mundo, pero un nuevo informe revela que la cifra real alcanza el 15 por ciento. Sólo 16 de 100 compañías británicas del índice FTSE 100 declaran las emisiones, aunque desde 2000 se instó a que las declarasen, de acuerdo con las reglas internacionales que incluyen tanto emisiones directas como indirectas.
Las compañías más poderosas son las responsables de estas cifras que, según el analista climático Andrew Pendleton, podrían alcanzar miles de millones en poco tiempo. El Sr. Pendleton considera una vergüenza que la declaración de emisiones sea voluntaria. El departamento británico del medio ambiente explica que las emisiones asociadas con la producción de productos entran en el registro del país donde estos son producidos. El gobierno insiste en que Gran Bretaña observa las reglas que dicen que las emisiones se contabilizan en los países donde se producen. El Sr. Pendleton se queda corto al sentir vergüenza. El gobierno británico una vez más se esconde detrás de la globalización que posibilita esta aberración. Cuando ya es moneda común que las compañías más poderosas usen al “resto” del mundo para desembolsar salarios indignos y vaciar su basura industrial en los países que “necesitan” y “dependen” de esos salarios.
La falacia de estas reglas, y su observación también falaz, no dejan de ser parte del juego democrático en el parque de diversiones de la política de estos dos gobiernos. La globalización no podría serles más conveniente. La que tanto defienden ambos como el modelo económico más justo, ya no puede ocultar el unilateralismo para el beneficio de una elite internacional a costa de los pobres del mundo. La proyección de poder estadounidense a la que Blair se ha acoplado o se ha dejado acoplar, tampoco condice con una política ambiental responsable sino con el peor de los cinismos. No en vano, el Sr. Blair y el Sr. Bush llevan tan bien este romance con sus respectivos gobiernos de chaperón, elocuentes tanto en el silencio como en la mentira. Sin embargo, ahora ya no se trata sólo de las bocas del mundo, sino de los pulmones, la piel… y el futuro del planeta…