Un plato fuerte para comenzar el año… “La nueva función de amar”, publicado por El País, sección Sociedad de la edición del sábado 5 de enero.
En este artículo casi espectral, Verdú parece hacer una apología del amor romántico y otras fórmulas basadas en valores de una sociedad machista que intentamos superar. Las mismas fórmulas que negaron la igualdad a la mujer para hacer del amor la prerrogativa del hombre.
Las frases trilladas y los clichés que usa Verdú pierden foco cuando, gracias a las reivindicaciones y las luchas (todavía tan necesarias) contra los cánones impuestos, la sociedad se viene liberando de conceptos anquilosados que históricamente autorizan y resguardan la opresión. Frases que se arman de términos caducos, desatinados, que apuntan a una sociedad machista y ofuscada. Una sociedad que se sigue escondiendo detrás de eufemismos como el “honor” la “patria”, el “amor romántico”.
Otro lugar común: “el sagrado amor a los padres”. ¿No tienen los padres que ganarse el amor de los hijos para que éste sea “sagrado”?, a través del respeto, el amor y la libertad. O es el “sagrado amor a los padres” al que alude Verdú el que institucionaliza el poder y la otra cara de la moneda: el sometimiento.
No es el amor el que ha cambiado su naturaleza, sino las relaciones opresoras sexistas y paternalistas. Tampoco es la globalización la responsable de que las relaciones humanas no sean lo que eran, sino la superación y el respeto, donde la liberación de la mujer ha logrado afianzar su voz para emprender relaciones de igualdad. ¿Será que con “La nueva función de amar” Vicente Verdú añora la función que el hombre le asignara al amor relacionándolo con el poder, el control, el asegurarse la soberanía en el sexo, la familia, el dinero…?
Si el concepto de familia admite e incluye la mutilación genital de la mujer, o las vejaciones y el control a través de la humillación, o el sufrimiento de la mujer para el placer del hombre, ¿no es un acto de amor despojar a la familia de su aura sagrada?
No es endeble (como profesa Verdú) el amor de hoy, comparado con el de antaño. Endebles son las nociones tramposas que pretenden sostener un fundamento falso para la sociedad, construida sobre un concepto arbitrario y absolutista de la familia, cuando los vínculos son forzados, en vez de reales, hipócritas en vez de auténticos, engañosos en vez de sinceros. Afortunadamente los padres como “gigantescas esculturas de autoridad”, de los que habla Verdú, han dado paso a vínculos más honestos, basados en la verdad y el compromiso del amor basado en la verdad.
No me queda claro el objetivo del artículo de Verdú. Lo que sí está claro es que se llena la boca de palabras fraguadas como el hierro para el control, la dominación. Frases como “orden jerárquico”, “perfil de subordinación” “ferramenta”. ¿Estamos hablando del ejército o del amor? También habla de “pecado mortal”, “martirio”, con lo que infiero que su terminología “amorosa” se basa en el castigo. Tan lejos están estos conceptos de la realidad del amor… Luego incorpora la frase estudiada “pasión inflamada” para hablar del amor en la pareja. Verdú no cree que hoy en día se ame con “pasión inflamada”. Simplemente porque hoy se usen las alas que la imposición de las exigencias sociales/religiosas, las normas del fingimiento y la impostura amarraban en el pasado en nombre de la familia. La familia que, a toda costa, a costa de los golpes a la esposa, o el abuso a los hijos, o el maltrato o el engaño, la deslealtad o la infidelidad, debe mantenerse incólume, a pesar de su mentira.
Tal vez hoy, en muchos casos, exista un vacío. Tal vez la transición, para dejar de fundar los vínculos familiares en la autoridad (que solía reemplazar al amor), la imposición y el sometimiento, sea más lenta y dolorosa. Algo necesario, como cualquier proceso de aprendizaje profundo, para alcanzar el éxito de un vínculo importante para la sociedad. No para cimentar a la familia como un núcleo arbitrario, sino cualquier unidad sana y amorosa, que integre la sociedad que también la incluya.
Para Verdú, “ser dueño de uno mismo” va contra la “vertiginosa y delirante voluntad de amar”. ¿De qué se queja Verdú? ¿De la capacidad de elección, de la libertad emocional y social para salirnos de una relación infeliz, desgastante, violenta? Verdú carga su pluma de palabras enredadas, de frases rebuscadas, al igual que los mecanismos pasados que ocultaban la verdad dentro de ese “núcleo duro” del que tanto habla y que, sí, se diluye. Gracias al amor real, el que tiene la generosidad de abrir nuevas fronteras.
¿En qué mundo vive Verdú? Seguramente no en éste, ya que analiza lo poco que entiende usando parámetros tan grotescos como perimidos.
Es curioso que El País publique este tipo de artículo recalcitrante y reaccionario. La ambigüedad de este texto sólo me parece proponer un disfrazado todo tiempo pasado fue mejor, con todos los estereotipos de una sociedad machista, que tanto nos esforzamos por dejar atrás.